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SOBRE EL ANTICRISTIANISMO
LAS MALAS PASIONES – EL DERECHO DEL SER
MAURIZIO DE SIMONE | EDIZIONI CERBERO
Stirner inmediatamente enfrenta el problema del Derecho
en las primeras páginas introductorias destacando lo que el
Ser (y no el Hombre), reducido a simple sujeto-ciudadano, está
llamado a no ser: “ser egoísta”. “Únicamente mi causa no puede
ser nunca mi causa. ‘Vergüenza del egoísta que no piensa más que
en sí mismo’”. El autor de El único y su propiedad destruye esta
supuesta verdad que no es sino una mentira perpetuada y
consolidada, aun ahora, debido a un Cristianismo dominante. La
causa de Dios y del Hombre no es mi preocupación, ésa no es mi
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causa. No hay una causa, sea la Humanidad, la verdad, la moral, la
ética, etc, no me arrodillo ante causas superiores, en vez de eso,
hago mi propia causa y mi fin, y llego a ser y soy un egoísta. Aquí
uno puede percibir desde la gruta donde reposa mi egoísmo, el
Cerberus [el perro guardián de las puertas de Hades] de las
pasiones voraces, “la negación de los demás”, la cual cualquiera
sacrificaría por una tarde con una mujer lujuriosa, pero yo no
aplaco mi ira y el deseo insaciable de gozar de mí mismo y
rechazo – esto es muy importante – los conceptos y principios del
Derecho que están por fuera de mi ser. Para los menos atentos
podría parecer que me estoy olvidando el tema principal de este
texto, pero no es así. La base que he descrito antes para una
inflexibilidad radical frente a la ley y también a cualquier órgano
que la promueve y la emana, ya sea un teatro que es éticamente
aceptado por la masa o la expresión de una minoría
restringida, se debe soportar absolutamente, partiendo de
estas consideraciones en lo individual. El Derecho es el enemigo a
destrozar a fin de revelar la gran decepción moral que reside en
todas las comodidades dentro de la mentira y la ilusión
de precisamente tal derecho, uno que sea justo
[apropiado] para todos. Los fantasmas con los que el Yo tiene que
lidiar son muchos y, en la lucha los que se enfrentan a la crítica
anti-jurídica, son aún muchos más. Los muchos y diversos
predicadores- ladrones del Ser acuden a asegurar que la muerte del
terror se amplifica en el ritual de sumisión en estos esclavos
infatigables.
“Todo santo, pero en particular los mártires, son
testigos de Dios, que es Amor: Deus caritas est. El
campo de concentración Nazi, al igual que todos
los campos de exterminio, podrían ser
considerados símbolos extremos del mal, del
infierno que se abre de par en par sobre la tierra
cuando el Hombre olvida a Dios y actúa en Su
lugar, usurpando su derecho de decidir qué es lo
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bueno y qué es lo malo, para dar la vida y la
muerte. Lamentablemente, este triste
fenómeno no se limita al campo de
concentración. Estos son más bien la
culminación de una realidad amplia y
generalizada, a menudo de límites cambiantes.
Los santos, a los que he me referido, nos hacen
reflexionar sobre las profundas diferencias que
existen entre el humanismo ateo y el humanismo
cristiano; una antítesis que atraviesa toda la
historia, pero que, al final del segundo milenio,
con el nihilismo del presente, ha llegado a un
punto crucial, como los grandes escritores y
pensadores percibieron, y como los
acontecimientos demostraron ampliamente.
Por un lado, existen filosofías e ideologías,
pero también cada vez más formas de pensar y de
actuar, que exaltan la libertad como el único
principio del hombre, como una alternativa a
Dios, y así transforma al hombre en un dios, pero
es un dios equivocado, que arbitrariamente crea
su propio sistema de conducta. Por otro
lado, tenemos precisamente a los santos,
quienes, practicando el Evangelio a través de la
caridad, lo hacen motivo de su esperanza; ellos
muestran el verdadero rostro de Dios, que es
Amor, y, al mismo tiempo, el verdadero rostro del
hombre, creado a gusto y semejanza divina”.
Los desvaríos de un viejo hombre delirante en las garras de la
ambición de poder.
“De hecho, la religión griega, los cultos paganos
y los mitos, no fueron capaces de arrojar luz sobre
el misterio de la muerte, así es que una antigua
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inscripción dice:” In nihil ab nihilo quam cito
recidimus ‘, que significa: “En la nada, de la
nada, cuán pronto retrocedemos”. Si quitamos a
Dios, si quitamos a Cristo, el mundo vuelve a
caer en el vacío y la oscuridad. Y esto también se
refleja en las expresiones del nihilismo
contemporáneo, un a menudo inconsciente
nihilismo que lamentablemente asecha a muchos
jóvenes…”
Nosotros no vamos a ser el hijo pródigo sometido únicamente a la
transgresión juvenil, ni vamos a ser un regalado Raskolnikov,
nosotros mataremos al viejo usurero y a su hermana con todo lo
que esté a nuestro alcance y nos enfrentaremos a lo que siga,
usurparemos el derecho de decidir lo que es bueno y lo que es
malo, arrancando enérgicamente las espinas de la claudicación sin
caer en el sentimiento de culpa inculcado por el cristianismo.
Nunca ofreceremos nuestras muñecas deliberadamente a
los grandes inquisidores, más bien nos lanzaremos en el abismo
del inconsciente con el fin de recuperar el Yo, cayendo de nuevo
en el vacío y en la oscuridad vamos a poder mirar en la cara a la
realidad material y no nos colgaremos como Smerdijakov si no es
por nuestra propia voluntad, ni caeremos en la fiebre cerebral, una
fiebre fría de locura y culpa, la misma fiebre del genio filosófico
de “todo está permitido”, inmortalizado en Iván Karamazov. No,
la metafísica del obispo de Roma y su teología entera avanza para
aniquilar al único, a la nada, al creador, al Yo.
Stirner, en la segunda parte de su obra principal, llega al corazón
de la cuestión ética, tocando la lucha entre individuos egoístas. En
la propia individualidad, anuncia la verdadera naturaleza egoísta
del Dios Cristiano:
“Como cada uno no obra más que conforme a sí
mismo, y no se inquieta por nada más, los
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Cristianos se han reconocido en la noción de
‘Dios’. Él obra ‘como le place’. Y el hombre
insensato, que podría hacerlo de la misma
manera, en cambio actúa como le ‘place a Dios’.-
Si se dice que incluso Dios procede de acuerdo
con las leyes eternas, se puede decir lo mismo de
mí, ya que yo tampoco puedo salir de mi piel, sino
que tengo mi ley en toda mi propia naturaleza, en
mí mismo.”
Mi propia ley, mi propia nada. El centro, el fundamento de la
existencia debe ser nosotros mismos, no un fantasmal derecho
externo o un foco que no vuelva a entrar en la esfera de nuestra
fuerza individual, ni en algo más allá de nuestra voluntad, por lo
que uno debe dirigirse a uno mismo en lugar de a dioses o ídolos.
“De aquí nace después un modo nuevo de vivir el
ser hombres, el ser cristianos. Una de las
experiencias más importantes de aquellos días ha
sido para mí el encuentro con los voluntarios de
la Jornada Mundial de la Juventud: eran
alrededor de 20.000 jóvenes que, sin excepción,
habían puesto a disposición semanas o meses de
su vida para colaborar en los preparativos
técnicos, organizativos y de contenido de la JMJ,
y precisamente así habían hecho posible el
desarrollo ordenado de todo el conjunto. Al dar su
tiempo, el hombre da siempre una parte de su
propia vida. Al final, estos jóvenes estaban
visiblemente y “en un modo tangible” llenos de
una gran sensación de felicidad: su tiempo que
habían entregado tenía un sentido; precisamente
en el dar su tiempo y su fuerza laboral habían
encontrado el tiempo, la vida. Y entonces, algo
fundamental se me ha hecho evidente: estos
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jóvenes habían ofrecido en la fe un trozo de vida,
no porque había sido mandado o porque con ello
se ganaba el cielo; ni siquiera porque así se evita
el peligro del infierno. No lo habían hecho porque
querían ser perfectos. No miraban atrás, a sí
mismos. Recordé la imagen de la mujer de Lot
que, mirando hacia atrás, se convirtió en una
estatua de sal. Cuántas veces la vida de los
cristianos se caracteriza por mirar sobre todo a sí
mismos; hacen el bien, por decirlo así, para sí
mismos. Y qué grande es la tentación de todos los
hombres de preocuparse sobre todo de sí mismos,
de mirar hacia atrás a sí mismos, convirtiéndose
así interiormente en algo vacío, «estatuas de sal».
Aquí, en cambio, no se trataba de perfeccionarse
a sí mismos o de querer tener la propia vida para
sí mismos. Estos jóvenes han hecho el bien – aun
cuando ese hacer haya sido costoso, aunque haya
supuesto sacrificios – simplemente porque hacer
el bien es algo hermoso, estar allí para los demás
es algo hermoso. Sólo se necesita atreverse a dar
el salto. Todo eso ha estado precedido por el
encuentro con Jesucristo, un encuentro que
enciende en nosotros el amor por Dios y por los
demás, y nos libera de la búsqueda de nuestro
propio «yo». Una oración atribuida a san
Francisco Javier dice: «Hago el bien no porque a
cambio entraré en el cielo y ni siquiera porque, de
lo contrario, me podrías enviar al infierno. Lo
hago porque Tú eres Tú, mi Rey y mi Señor».
También en África encontré esta misma actitud,
por ejemplo en las hermanas de la Madre Teresa
que cuidan a los huérfanos, enfermos, pobres y
que sufren, sin preguntarse por sí mismas y,
precisamente así, se hacen interiormente ricas y
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libres. Esta es la actitud propiamente cristiana.
También ha sido inolvidable para mí el encuentro
con los jóvenes discapacitados en la fundación
San José, de Madrid, encontré de nuevo la misma
generosidad de ponerse a disposición de los
demás; una generosidad en entregarse uno
mismo, en definitiva, esto nace del encuentro con
Cristo que se ha entregado a sí mismo por
nosotros.”
¡Cuántas palabras implantadas, cómo arrastra este egoísta
el agua hacia su molino! ¡Sacrificio! ¡Atrévanse a dar el
salto! ¡Aquí está la buena noticia convertida en lo que
es! Apartarse del Yo, rechazando la “búsqueda de nuestro
propio ser”. ¿Pero cuál sacrificio, y para quién? ¿A quien debería
servir? ¿Qué podría ser más estricto que la oración de San
Francisco? ¿Debería arrodillarme ante otro egoísta?
“Dios y la humanidad no basaron su causa sobre
nada, sobre nada más que ellos mismos. Yo
basaré, entonces, mi causa sobre mí; soy, como
Dios, la negación de todo lo demás, soy todo para
mí, soy el único.”
Las palabras de Stirner son tan completas que los dominadores
tienen miedo de los anti-relativistas, de los absolutistas. El Obispo
de Roma quiere con todo su ser, derribar las puertas del Ego,
quiere un trozo de nuestra vida, él espera atracarse para
el desayuno, almuerzo y cena, llenándose su vientre con
nuestras existencias, ¿y en nombre de quién? De su Dios y del
disfrute de sí mismo. No es casualidad que el Catecismo de la
Iglesia Católica de manera irrefutable aclare qué hay
detrás del mensaje “altruista” y de la “humanidad”, lo que
por dos mil años Cristo (“el único cristiano que alguna vez
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existió”) y el apóstol Pablo de Tarso “el sacerdote” querían que
sea la verdad indiscutible:
“El deseo de Dios está escrito en el corazón del
Hombre, porque el Hombre fue creado por Dios y
para Dios”
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00 | APÉNDICE
LA VERDADERA RELIGIÓN
QUEBRANTANDO EL SILENCIO
Nadie sabe en qué mundo vivimos. Nadie comprende
cómo funciona en realidad un conjunto tan grande y
variado como es la humanidad. Sin embargo, existe un
sistema que organiza, dirige y decide sobre lo humano. Es
la verdadera religión y su dios, el Dinero.
A semejanza de cultos anteriores que se extendieron a lo
largo y ancho de la Tierra. Esta nueva religión posee las
escrituras, los templos, los profetas y todos los elementos
indispensables para subyugar al creyente pero, a diferencia
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de creencias anteriores, es mucho más poderosa. Ha
comprendido que es necesario que los creyentes piensen
que pueden formar parte de la historia y participar en su
construcción, para ello ha enmendado uno de los mayores
errores de otras religiones. La recompensa no viene tras la
muerte, muy al contrario, en esta religión no existe el
mañana, sólo el ahora mismo. Esto aumenta
exponencialmente la cantidad de creyentes que se dedican
a fondo a seguir las enseñanzas con tal de conquistar su
ansiada recompensa.
La Sagrada Escritura se llama teoría del capitalismo y en
ella se detalla el funcionamiento de una sociedad basada
en la fe al dinero. Como todo texto sagrado, no requiere de
comprensión por parte de los creyentes sino de ciega
aceptación de las enseñanzas que los pontífices nos
regalan en grandes discursos. Los altos sacerdotes de esta
religión también se reúnen en cónclaves multitudinarios y
se agrupan de diversas maneras: FMI, BM, OMC, BDI,
BCE, Reserva Federal… De estos encuentros salen las
órdenes que son transmitidas al clero regular, a quienes
conocemos como políticos. Y son estos políticos quienes,
a través de sus propios apóstoles, sus mensajeros y
difusores de la obra divina, como son los medios de
comunicación, nos transmiten los designios inescrutables
del capital y nosotros, los creyentes, aceptamos y
acatamos. Obviamente, no tienen suficiente con la mera
transmisión del mensaje divino, para que éste se acepte y
se acate sin más, necesitan que el terreno esté abonado, es
decir, que la mente humana esté totalmente moldeada por
la nueva fe. Para ello disponen del sistema educativo, una
maquinaria perfectamente engrasada y capaz de fabricar a
creyentes en la adoración del dinero a una velocidad de
vértigo.
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Por supuesto, esta religión también tiene sus preceptos, sus
figuras mágicas y sus milagros.
Al igual que otras religiones más minoritarias se
fundamenta en unos mandamientos o preceptos
imprescindibles que se resumen en dos:
– Amarás la propiedad privada por encima de todo.
– Santificarás el beneficio en cualquier ámbito de tu
existencia.
Estos dos mandamientos justifican por sí solos las
mayores atrocidades y barbaridades que podamos
imaginar. En su nombre se mata, se depreda, se violenta y
se aniquila todo lo que se encuentre a nuestro alcance. Se
justifica cualquier acción encaminada a cumplir estos
mandamientos, sin importar cuántas vidas pueda costar ni
cuánto dolor llegue a causar.
Aquí también encontramos una figura mágica como la
santísima trinidad del caso cristiano. En este caso nos
encontramos ante el binomio todopoderoso: el Estado y el
Capital. Una sola figura cuando así conviene y figuras
separadas si es lo mejor para el desarrollo de la fe.
De milagros esta religión anda sobrada, pero por seguir
con la analogía cristiana podemos nombrar uno que a su
lado la multiplicación de los panes y los peces queda como
un juego de niños: se llama moneda de curso legal y el
sistema de la reserva fraccionaria.
En lugar de un templo por comunidad, los altos jerarcas
han dispuesto docenas: los han llamado centros
comerciales, centros de ocio, ciudades de descanso, etc…
Además a modo de confesionarios disponen de
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innumerables sucursales bancarias que tienen abiertas sus
puertas gran cantidad de horas al día. Allí se puede tener
un contacto más directo con la divinidad y de paso
reforzar la creencia de que se forma parte del plan
maestro, así como demostrar el fervor solicitando más y
más contacto con Dios. Para los inconformistas que
necesitan expresar su devoción a todas horas han dispuesto
los cajeros automáticos que, día a día, aumentan sus
prestaciones para que todos podamos dar rienda suelta a
nuestra fe (incluso para que aquellos que no estén
dispuestos a asumir su condición de creyentes, los tengan
allí preparados para ser quemados o arrasados). Si aún así
necesitamos demostrar al resto que somos más creyentes
que ellos, la jerarquía religiosa a puesto a nuestra
disposición unas estampitas milagrosas llamadas tarjetas
de crédito listas para ser exhibidas en cualquier momento
y situación.
Así la verdadera religión se impone al resto haciéndolas
sucumbir ante su poderoso empuje y el arrollador poder
terrenal frente a lo etéreo del resto de aspirantes al título
de verdadera religión.
Frente a esta realidad, como viene siendo costumbre, la
respuesta es absolutamente pírrica y equivocada. Se
focaliza la atención en un concepto como el de laicismo
(Doctrina que defiende la independencia del hombre o de
la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de
cualquier organización o confesión religiosa) y se vuelca,
sobre todo, en una lucha tan estéril como la de eliminar la
enseñanza de religión en el sistema educativo. Si fuéramos
mínimamente serios y rigurosos en el análisis de la
situación lo que querríamos eliminar sería el propio
sistema educativo tal y como lo conocemos, ya que no es
otra cosa que una institución impregnada hasta la médula
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de las enseñanzas de la verdadera religión.
Esto mismo vale para cualquier decisión tomada desde el
aparato político oficial (como hemos dicho el Estado
forma parte del binomio fundamental de esta religión) sólo
hay que ver qué criterios de valoración y ejecución se
siguen para cualquier cosa: ¿es viable económicamente un
hospital? (como si eso fuera lo importante) ¿podemos
permitirnos un sistema de pensiones? (pues matemos a los
pensionistas ya que parece que lo importante es si
económicamente es interesante mantener el sistema) y así
con cualquier decisión que se os ocurra.
Así pues, volviendo a la definición de laicismo. Si de
verdad queremos, tanto a nivel individual como colectivo,
vivir de forma independiente de cualquier organización o
confesión religiosa, sólo nos queda atacar los pilares
fundamentales de esta verdadera religión que tiene un
alcance global. Cuestionar y destruir sus preceptos básicos
es la tarea fundamental y, para ello, no podemos olvidar
toda la estructura formada a su alrededor con la misión de
legitimar tan asqueroso y criminal orden del mundo. Al
tiempo, debemos esforzarnos en pensar, construir y poner
en marcha las alternativas a todo ello.